

Los políticos bolivianos son unos “mañudos”. Conocen perfectamente el juego que están jugando, pero se hacen los desentendidos frente a las cámaras y los micrófonos.
Veamos lo que ellos saben y creen que nosotros ignoramos: las protestas, como paros, cercos, marchas y bloqueos, buscan que haya muertos para usarlos como bandera. Sí, y esto no es una afirmación al azar, sino el resultado del análisis de los conflictos de los últimos 30 años, es decir, el equivalente a una generación.
Desde al menos la “masacre de Navidad” de 1996, los muertos han sido utilizados tanto por los manifestantes como por los gobiernos como un elemento catalizador y, generalmente, determinante. En Amayapampa, cuando la intervención de fuerzas combinadas del ejército y la policía causó muertes en la población civil, los responsables de esas acciones se dieron cuenta de que habían cometido un grave error al ordenar fuego mortal. Entonces, “fabricaron” un muerto de su lado, el coronel Eduardo Rivas, a quien dispararon en la cabeza. Así, cuando los mineros reclamaron por sus muertos, el gobierno enarboló el suyo.
En 2019, la crisis desatada por el fraude electoral dejó un saldo que la CIDH cifró en 27 muertos. Sin embargo, hay que considerar que, al momento de la renuncia de Evo Morales a la presidencia, los fallecidos no superaban la decena. Las protestas posteriores de sus seguidores, tanto en Sacaba como en Senkata, elevaron esa cifra. Los muertos fueron utilizados por Morales y el MAS, entonces aún unidos, para construir la narrativa del golpe de Estado que se mantiene hasta hoy. Las circunstancias de lo sucedido en la planta de Senkata, que estuvo a punto de explotar por los explosivos arrojados por los manifestantes, no han quedado del todo claras. El entonces ministro de Gobierno, Arturo Murillo, hoy aún preso en Estados Unidos, acusó en ese momento a francotiradores de las filas masistas de haber provocado las muertes para convertir la acción policial en una masacre. Esta versión no ha sido confirmada ni desmentida de manera fehaciente.
¿Qué se busca hoy con un bloqueo que usa como pretexto la crisis económica, cuando el objetivo principal es forzar —una vez más— la habilitación de Evo Morales como candidato presidencial? La respuesta es clara: muertos.
Desde una silla, cómodo y frente a los micrófonos de la radio a su servicio, Morales ha negado haber ordenado el cierre de caminos, pero los justifica con el mismo argumento que aparece en los comunicados difundidos por esa emisora: “Los bloqueos son la manifestación del pueblo boliviano frente a la crisis”. Sin embargo, los bloqueos no se extienden por todo el país, sino que se concentran en los enclaves “evistas”, aquellos que puede controlar con amenazas o pagando a los bloqueadores.
Los bloqueos son violentos e incluyen ataques a civiles, como ocurrió en Llallagua, porque los “evistas” buscan forzar a las fuerzas de seguridad a采取 acciones represivas. Una vez que lo logren, obtendrán los muertos necesarios para denunciar una masacre y victimizarse, como siempre.
Cuando el “evismo” consiga sus muertos, tendrá un argumento más para su objetivo final: incendiar el país para apoderarse de él.
Juan José Toro Montoya es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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