

Recuerdo que el 6 de enero de 2021, con la fe que algunos ven en mí y la ingenuidad que otros dicen que padezco, publiqué una columna de opinión titulada “El tiempo de los economistas”. La escribí no solo como profesional, sino también como alguien que, siendo creyente, esperaba que Dios tocara las mentes y corazones de los nuevos gobernantes y, de paso, de mis colegas economistas. Vale la pena releer lo escrito para entender el porqué de este estado de cosas y extraer conclusiones a cinco años del suceso. Esta fue la columna en cuestión:
“No es la primera vez que un economista asume la Presidencia de Bolivia. Según el historiador y amigo Jorge Cuba Akiyama, el expresidente José Gutiérrez Guerra, quien gobernó de 1917 a 1920, se formó como economista en Inglaterra. En todo caso, ¡tamaño desafío para el actual Primer Mandatario y economista, Luis Arce Catacora de reivindicar la profesión haciendo que Bolivia supere la crisis que la agobia!
En momentos en que los recursos del Estado no solo son escasos, sino que hay un fuerte endeudamiento, esta es la oportunidad de demostrar que los economistas servimos para algo más que para explicar mañana por qué no ocurrió lo que dijimos que iba a pasar ayer. Este es el tiempo de los economistas —así lo debemos entender— para trabajar en beneficio de todos los bolivianos, principalmente para que los pobres dejen de serlo, brindándoles las herramientas necesarias, pero también para que los pudientes sigan invirtiendo, produciendo y generando empleo. Lo deberíamos hacer, además, para beneficio de la propia reputación de los economistas como verdaderos agentes de cambio. Menuda tarea la del colega economista, hoy presidente, a quien deberíamos estar dispuestos a colaborar, porque si al gobierno le va mal, también le irá mal al país entero.
Para entender lo que sostengo, supongamos que no hablo de un economista, sino de un médico en tiempos del Covid-19: ¿Estaríamos dispuestos, siendo médicos, a no socorrer al presidente por un desafecto ideológico o personal cuando necesita ayuda, dejando que la gente se enferme? ¿O, por una cuestión de conciencia, nos pondríamos manos a la obra para mejorar la salud y la calidad de vida de todos? De no hacerlo, seríamos perversos y hasta nosotros mismos nos enfermaríamos. Pero si ayudamos a salvar vidas y a prevenir contagios, habremos cumplido nuestra misión con responsabilidad. Porque, si a un médico se lo enjuicia por negligencia e incluso podría ir a la cárcel por haber provocado una muerte, ¿qué del economista que, por sus deficientes políticas o por cuestiones ideológicas, sume a la gente en la pobreza y hasta provoca muertes por sus decisiones equivocadas?
¡Gran momento para los economistas bolivianos! Ojalá recordemos para qué estudiamos: no para ser mercenarios del conocimiento, como nos advirtiera el excelente catedrático Miguel Rojas Velasco, sino para poner nuestro saber al servicio de la gente, sabiendo que un día rendiremos cuentas a Dios de todo lo hecho y no hecho, tanto de lo bueno como de lo malo”.
Hasta aquí la columna.
A cinco años de la esperanza cifrada en que un economista al mando sacara adelante al país, la realidad golpea. En vez de aceptar un debate genuino y abrirse a la colaboración empresarial, primó una cerrada ideología que impidió consensos y soluciones creativas. De haberse dejado ayudar, Bolivia pudo haber sufrido menos, contar con una economía sólida, sin escasez de divisas ni combustibles, y generar muchos más empleos dignos. Tristemente, lo que pudo ser, no fue.
Por otro lado, no se puede soslayar la responsabilidad de ciertas personas que, bajo el rótulo de analistas, jugaron a “pitonisos”. Desde la comodidad de un set de televisión, un micrófono o artículos de opinión, no cesaron de lanzar pronósticos alarmistas sobre el dólar, la inflación o la quiebra económica, olvidando que los intereses particulares o ansias de protagonismo, sin medir las consecuencias de las “profecías autocumplidas”, pueden sembrar temor en la ciudadanía. Esto ocurrió en 2023, afectando el bolsillo y el ánimo de millones de bolivianos, que pasaron de la incertidumbre al pánico, agravando sus problemas.
De cara al balotaje del 19 de octubre y al gobierno que asumirá el 8 de noviembre, cabe ofrecer un consejo sincero:
La economía no es una ciencia exacta, como algunos quieren hacer ver, sino una ciencia social afectada por expectativas y emociones que influyen, positiva o negativamente, en la efectividad de las políticas públicas. La historia ha mostrado que los errores de un gobierno no se corrigen de la noche a la mañana ni sin sacrificio. Es de esperar que las medidas que se adopten devuelvan la estabilidad, frenen la inflación, permitan el ingreso de más divisas, reimpulsen el crecimiento y generen más empleo en el sector formal, pero ello demandará tiempo. Mientras esto acontece, deberán primar la paciencia, la prudencia y la comprensión ante el nuevo desafío para enfrentar el temor y poder vencerlo.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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