

Ya son varias las encuestas nacionales de percepción electoral que colocan a las diferentes facciones del masismo en una situación extremadamente complicada, con la excepción de la Alianza Popular de Andrónico Rodríguez y Mariana Prado, el joven binomio ratificado. ¿Quedaron Luis Arce y Evo Morales fuera de la carrera del Bicentenario? Por supuesto que no. La estrategia de Arce tiene un objetivo central: evitar quedar con la cabeza bajo una picota judicial.
Los bajos porcentajes de la candidatura del MAS-IPSP en todas las encuestas conocidas hasta el momento —entre el 1 % y poco más del 2 %— demuestran que cualquier abanderado del otrora partido imbatible tendría casi todo en contra: decepción, hastío, ingratitud o la búsqueda de nuevos derroteros por parte del electorado afín, sumados al desgaste, autoritarismo, pugnas internas y envejecimiento de un instrumento político que nunca pensó en reinventarse.
Lucho advirtió estas señales y las consecuencias políticas de las crisis provocadas y agudizadas por su mal gobierno. Decidió no buscar la reelección y lanzó la posta al aire. Eduardo Del Castillo la tomó, creyendo que, con su rostro joven y la imagen de ser uno de los ministros más influyentes del gabinete —después de la ministra de la Presidencia—, podría irrumpir y desempeñar un rol protagónico en un nivel al que pocos llegan en la primera línea de la política: ser candidato a la presidencia de Bolivia.
Lo que no vislumbró es que podría terminar siendo el sepulturero de una organización que supo ser hegemónicamente tiránica. La declinación de Lucho y la proclamación de Eduardo —el de la gorra con el nombre «Sonia»— no fue fruto del desprendimiento político de un presidente lúcido que dio paso a la nueva generación del partido. Es, más bien, el resultado de la descomposición que impera en la administración gubernamental desde hace un par de años, cuando se rechazó una doble estrategia: aniquilar políticamente al caudillo y relanzar integralmente la gestión.
Esta descomposición corroe todo en un gobierno cuya principal tarea era preparar el retorno del exjefazo y cumplir tres desafíos tras la fallida transición contrahegemónica: superar la crisis sanitaria ocasionada por el coronavirus, reactivar la economía siguiendo la receta de los 14 años anteriores y generar un aparente clima de reconciliación nacional. Sin embargo, el encarcelamiento de opositores bajo la acusación de un inexistente golpe de Estado siempre estuvo en los planes.
Las relaciones entre quienes conforman el cerebro político del gobierno han sido tributarias de esta descomposición, deteriorándose al extremo de que no hay reunión sin discusiones subidas de tono o acusaciones cruzadas. Las hostilidades llegaron a sindicaciones de traición relacionadas con la grabación y filtración del audio que desencadenó el caso Consorcio, un escándalo que expuso un plan antidemocrático gestado desde el propio Ejecutivo.
El contraataque fue el señalamiento de haber promovido la habilitación de Andrónico como candidato presidencial, a sabiendas de que la prioridad era y es la candidatura del MAS-IPSP. De estos cruces —que han sido varios en este tiempo— han surgido tensiones entre los integrantes del núcleo del poder político.
Lucho busca desprenderse de casi todos sus compromisos con la postulación que le genera irritación, al dejar la candidatura a primer senador por el departamento de La Paz tras la renuncia del inscrito. La razón no es difícil de explicar: es improbable que Del Castillo salga del subsuelo electoral en las cinco semanas que restan de campaña. Por tanto, el manual dicta buscar tablas de salvación que garanticen que no habrá persecución judicial a partir del 9 de noviembre. Una de esas tablas es la Alianza Popular.
Su interés primordial es salvarse y salvar a los suyos de cualquier acción judicial tras dejar el poder. Gobernar y tomar decisiones para frenar la multicrisis queda en un segundo plano, dando la impresión de que nunca fue su prioridad. No se explica de otra manera que un país lleve dos meses con filas en los surtidores por el desabastecimiento de gasolina y diésel, ni que no se haga nada para reducir el déficit público, uno de los principales factores de la crisis estructural que podría convertir a Bolivia en una nación incapaz de pagar su deuda externa.
Arce puede asistir a actos de proclamación de su exministro y tal vez disponer que parte de los “aportes voluntarios” de los funcionarios públicos sostengan las actividades de campaña, pero sabe que su tabla de salvación está en la opción que eventualmente podría llegar a una inédita segunda vuelta y disputar la presidencia 2025-2030, articulando a todas las expresiones de la izquierda populista. La apuesta por la salvación está echada. ¿Estará Andrónico dispuesto a negociar apoyo por impunidad?
Edwin Cacho Herrera Salinas es periodista y analista.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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