

¿Cuándo se jodió el MAS? La pregunta empieza a resonar con fuerza en los círculos políticos bolivianos, especialmente entre quienes analizan la historia reciente del país, ante la debacle del masismo. Mi hipótesis es que el mal de males surgió cuando los nuevos poderosos decidieron aferrarse al poder indefinidamente, al considerar a Evo Morales y Álvaro García Linera como los insustituibles del denominado proceso de cambio. Esto ocurrió en 2008, durante las discusiones sobre los contenidos de la nueva Constitución.
Morales convocó a su entonces aliado, Juan Del Granado, para discutir la posibilidad de incluir la reelección presidencial indefinida en el texto constitucional, bajo la premisa de que la irrupción del nuevo sujeto histórico en el poder no podía ser episódica, sino un dique contra el retorno de la derecha, interna y externa. El exalcalde de La Paz rechazó la propuesta, lo que probablemente desató la desconfianza hacia él y su partido, el MSM. En 2009, esto derivó en la ruptura de la única alianza formal que tuvo el MAS en estos veinte años y en una dura arremetida contra sus principales figuras.
La Constitución Política aprobada en 2009 estableció la reelección presidencial por una sola vez. Sin embargo, Morales, García Linera y quienes perseguían el poder ad aeternum encontraron la forma de argumentar que el primer mandato (2006-2009) no contaba, porque los mandatarios no habían cumplido un período completo de gobierno. Así, se habilitaron para participar en las elecciones de 2014.
En su afán por eternizarse en el poder, en 2016 impulsaron un referéndum constitucional para modificar el artículo que limitaba la reelección, confiados en la holgada victoria de 2014, pero olvidando que habían sido derrotados en cinco referendos autonómicos en septiembre de 2015. El grito del «NO» retumbó en el país: perdieron el 21F.
Tras este revés, los autócratas lograron que una sentencia constitucional en 2017 permitiera la reelección indefinida, argumentando que era un derecho humano hasta que «la muerte los sorprenda». En 2019, perpetraron un fraude electoral descomunal para torcer la voluntad popular. Fueron descubiertos y no les quedó más remedio que huir del país. Sin embargo, a finales de 2020 regresaron de la mano de Luis Arce, el supuesto artífice del milagro económico boliviano, aunque el propio Morales lo degradó a simple «cajero» de su tiranía.
Este recuento cronológico busca ilustrar que el objetivo invariable de Morales, García Linera y del socialismo del siglo XXI fue no ceder un milímetro en el ejercicio del poder, creando las condiciones para que la izquierda populista se mantuviera en la región de manera indefinida. ¿Qué salió mal en el plan?
La codicia, los delitos y los excesos cometidos abiertamente por Morales Ayma, que pronto despertaron en Arce Catacora. La primera fricción entre ambos se produjo en julio de 2021, cuando Morales apareció en la posesión del nuevo presidente de Perú, el ahora encarcelado Pedro Castillo. En la foto oficial, Bolivia parecía estar representada por dos mandatarios: Arce y Morales.
El resto de la historia es bien conocido, hasta el momento en que la otrora fuerza hegemónica implosionó, dejando esparcidos al menos cinco fragmentos en el campo de la disputa política: el evismo, el arcismo, recientemente el androniquismo, Morena y el inocuo choquehuanquismo.
Tras haber tenido el bastón de mando adherido al masismo, hoy el objetivo estratégico se ha convertido en la sepultura de esa fuerza hegemónica. Quedarán los rencores, los odios viscerales, las traiciones, los abandonos y los arribismos de última hora. Los contenidos de transformación quedarán archivados en los manuales de campaña y en los cursos de formación política.
Recuerdo los consejos públicos que se les dieron para que dejaran el poder, respetando lo que establece la Constitución, y regresaran con nuevas energías e ideas. Los ignoraron, pues había que mantener a Bolivia en el eje tiránico que se extendía desde el Caribe hasta el extremo sur del continente. Todo resultó ser un simple pretexto.
Hoy, el partido más importante del país en el primer cuarto de siglo ha quedado hecho añicos, dividido en cinco partes: tres opciones electorales (MAS, Morena y Alianza Popular), una que será la pesadilla de las otras (Evo Pueblo) y otra de carácter ornamental (choquehuanquismo).
Aunque amenacen con incendiar el país si no son candidatos, se presenten como postulantes a senadores tras declinar o negocien entre facciones el abandono de la carrera electoral, el masismo ya estalló en mil pedazos, y eso nadie lo cambia. Que el último apague la luz.
Edwin Cacho Herrera Salinas es periodista y analista.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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