

El 20 de junio de 1975, el estreno de Tiburón (Jaws), dirigida por un joven Steven Spielberg, no solo revolucionó la taquilla mundial sino que dejó una huella imborrable en Martha’s Vineyard, la isla estadounidense donde se filmó. Medio siglo después, el lugar sigue siendo un imán turístico y una cápsula del tiempo del clásico que instauró el miedo colectivo a los tiburones.
De set de filmación a destino icónico
Spielberg llegó a Martha’s Vineyard en temporada baja, sin imaginar que los retrasos en el rodaje —causados por fallas en la icónica réplica del tiburón— terminarían por consolidar un éxito sin precedentes. Hoy, la isla preserva su legado: comercios conmemorativos, proyecciones anuales del filme y residentes que participaron como extras, como Tom Scott, quien recuerda su experiencia en las escenas de playa.
«Nunca vimos al tiburón ni a Spielberg mucho. Él estaba ocupado; nos dirigía su equipo», cuenta Scott a EFE. Ahora, guía tours turísticos que reviven el fenómeno.
Turismo y transformación económica
El impacto fue inmediato. Martha’s Vineyard, con una población estable de 20,000 habitantes que se multiplica en verano, vio llegar oleadas de visitantes tras el estreno. «’Tiburón’ trajo dinero y lo sigue haciendo», afirma John V. Tiernan, gerente del hotel Dockside Inn. La fama posterior atrajo a figuras como los expresidentes Bill Clinton y Barack Obama, aunque también encareció la vida: hoy, una casa promedio cuesta 1.2 millones de dólares.
Celebración del 50 aniversario
El museo local conmemora el legado con una exposición sobre los secretos del rodaje y un festival este fin de semana. «Solo pocas películas cautivan tras 50 años. ‘Tiburón’ lo logró por su realismo y escenarios auténticos», destaca Bow Van Riper, investigador del museo.
Un tiburón llamado Bruce y récords históricos
El filme, protagonizado por un tiburón mecánico bautizado Bruce, recaudó 470 millones de dólares y ganó tres Óscar (montaje, banda sonora y sonido). Aunque no logró el premio a mejor película, su influencia perdura: redefinió el cine de verano y consolidó a Spielberg como un maestro del suspenso.
Para Scott y otros residentes, el aniversario es un recordatorio de cómo una experiencia fugaz —»no me pagaron, pero fue divertido»— se convirtió en historia. Martha’s Vineyard, ahora sinónimo de cine y exclusividad, sigue navegando entre el trauma colectivo y el orgullo de ser Amity Island.
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