Los países no tienen amigos, tienen intereses

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La durísima frase “los países no tienen amigos, tienen intereses”, acuñada hace dos siglos y atribuida al estadista británico Lord Palmerston, da cuenta de que en la política internacional priman las razones económicas por encima de las “amistades declaradas”. Por eso, las alianzas cambian en función de los beneficios que un país busca para sí.

El hecho de que la China comunista haga buenos negocios con su adversario ideológico, el gran capitalista Estados Unidos (EE.UU.), es un gran ejemplo; como también lo es el hecho de que la República Socialista de Vietnam, dejando atrás una guerra pasada, tenga en los EE.UU. a su principal mercado de exportación. Más cerca de nosotros está la libertaria Argentina, cuyo actual presidente, siendo candidato, juraba que “no haría nada con la China comunista” por ser él liberal, pero hoy mantiene excelentes relaciones con ella por razones financieras y comerciales. Sin olvidar que Milei dijo también que “el Papa es el representante del maligno en la tierra”, pese a lo cual lo ha visitado en el Vaticano dos veces. Finalmente, está el hecho de que Cuba importe alimentos, medicinas y bienes humanitarios desde los EE.UU. pese a su retórica antiimperialista.

Ahora veamos qué pasa con Bolivia. Todo parece indicar que, con el nuevo ciclo político iniciado el 8 de noviembre de 2025, una diplomacia profesional y pragmática, con el canciller Fernando Aramayo Carrasco a la cabeza, podría traer buenos resultados al país a través del comercio de bienes y servicios. Señales de ello son: el retiro del requisito de visa a ciudadanos de EE.UU., Israel, Corea del Sur, Sudáfrica, Letonia, Estonia y Rumania para potenciar el turismo receptivo y atraer inversiones; el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Israel y Perú, y ojalá que en breve también con EE.UU. y Chile. Ello, porque la “diplomacia de los pueblos”, basada en preferencias ideológicas durante casi 20 años, no solo no funcionó, sino que perjudicó al país.

Ejemplo de ello es la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), creada en La Habana en 2004 y reducida hoy a Venezuela, Cuba, Nicaragua, Dominica, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves, Granada, Santa Lucía y Bolivia, luego de que Ecuador y Honduras la abandonaran en 2018. Cabe recordar que el ALBA suspendió a Bolivia el 24 de octubre de 2025, al ser la visión del presidente Rodrigo Paz Pereira opuesta a los postulados del Socialismo del Siglo XXI. ¿Debería Bolivia angustiarse por ello? ¡No! Veamos por qué.

El ALBA, una iniciativa con un claro tinte ideológico izquierdista, nunca fue una real alternativa al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que promovía EE. UU. Todo lo contrario: no solo fracasó históricamente en integrar a los países del continente, sino que los niveles de comercio en su interior se derrumbaron.

No solo eso: Bolivia fue defraudada por el difunto presidente socialista de Venezuela, Hugo Chávez, y más tarde también por otro «amigo» socialista, el presidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva, desde el Mercosur. Ambos prometieron públicamente a Bolivia que, si no negociaba un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE.UU. tras perder las preferencias del ATPDEA en 2008, le comprarían los textiles y todo lo que dejara de exportar a ese país; promesa que fue olímpicamente incumplida. Solo se trató de una triste expresión política de buen deseo por parte de los “amigos” socialistas. De otra parte, el famoso Tratado de Comercio de los Pueblos (TCP), creado en oposición directa al TLC de los EE. UU., también resultó un rotundo fiasco.

Una pequeña economía como la boliviana no puede darse el lujo de despreciar a la primera potencia económica mundial, como se lo ha hecho durante tanto tiempo. EE. UU. es, de lejos, el primer importador mundial; un megamercado cuya capacidad de consumo es tal que, con “un día de importaciones” de lo que compra al mundo, resolvería sin dificultad la falta de dólares en Bolivia, ya que esa única compra diaria equivaldría a todo lo que Bolivia exporta al mundo durante un año —más de 8.000 millones de dólares—, incluyendo minerales, gas y productos no tradicionales.

De ahí que el restablecimiento de las relaciones diplomáticas suspendidas en 2008; la posibilidad de lograr inmejorables condiciones de acceso a ese gran mercado; recibir cooperación técnica, económica y ayuda para combatir el narcotráfico; y contar con el respaldo de EE. UU. frente al mundo, sea lo más inteligente que un estadista podría hacer en momentos como el actual, cuando Bolivia sufre una crisis multidimensional, en lugar de preocuparse por una ruptura con el ALBA que, según datos del Instituto Nacional de Estadística procesados por el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), es marginal para el comercio exterior boliviano. Vea estas cifras:

El comercio de Bolivia con el ALBA alcanzó su máximo nivel en 2010, con 749 millones de dólares, pero cayó un 98 % hasta un mínimo de 13 millones en 2024. Las exportaciones bolivianas, que fueron 408 millones de dólares en 2010, se desplomaron a solo 5 millones, bajando un 99 %. De igual manera, las importaciones desde el ALBA cayeron un 98 %, de 341 millones de dólares en 2010 a solo 8 millones en 2024.

¿Sabía que las ventas de Bolivia al ALBA en 2024 significaron solo el 0,06 % de todo lo que el país exportó al mundo? En otras palabras, de cada 10.000 dólares que ganó Bolivia por exportaciones, ¡solo 6 dólares vinieron del ALBA! Esa es su importancia.

Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.

La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.

Sobre el autor

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