

El lunes 2 de junio, el presidente prorrogado del Tribunal Constitucional, Gonzalo Hurtado, pronunció una frase que podría considerarse el colmo del cinismo político-institucional en la historia reciente de Bolivia: “Nadie puede perpetuarse en el poder”. Lo afirmó sin rubor, según reportó Correo del Sur, el diario de la capital del país, durante un acto público en Sucre, luciendo gafas oscuras que ocultaban su mirada mientras emitía esta sentencia moral.
“El TCP, a través de la sentencia 1010/2023 y su complementación posterior, en forma clara y mediante la acción normativa 007/2025, ha establecido con precisión lo dispuesto en la 1010: nadie puede perpetuarse en el poder”, declaró Hurtado en un acto de reivindicación patriótica que se celebra el primer lunes de cada mes en Sucre, en el marco del Bicentenario.
En Bolivia, el cinismo político se ha convertido en una actitud profundamente arraigada, tanto en la clase política como en la ciudadanía. Se manifiesta en la percepción de que la política es sucia, que todos los partidos son corruptos y que los ideales solo sirven como excusa para alcanzar el poder. Este fenómeno es el resultado de décadas de prácticas demagógicas que han socavado la credibilidad del sistema democrático.
Frases como “roba, pero hace obras”, “mis corruptos son mejores que tus corruptos”, “ni me brindo ni me excuso”, “no les digo que roben, pero saquen algo”, “los indígenas, la reserva moral de la humanidad” o “somos el gobierno de la industrialización” han trascendido la picardía política. Han normalizado los abusos de poder y la corrupción, convirtiéndolos en parte del paisaje político.
Un ejemplo claro de cinismo político fue el intento de Evo Morales de perpetuarse en el poder, a pesar de que el referéndum del 21 de febrero de 2016 rechazó la re-reelección. En 2017, el Tribunal Constitucional lo habilitó para la reelección indefinida, argumentando que era un “derecho humano” de los gobernantes, una manipulación descarada de las instituciones que demuestra que las reglas solo valen cuando convienen a los poderosos.
Gonzalo Hurtado lleva más de 13 años como magistrado. Inició en 2011 como miembro del Tribunal Supremo de Justicia tras las primeras elecciones judiciales y, en 2017, pasó al Tribunal Constitucional en representación de Beni. A finales de 2023, poco antes de que concluyeran sus segundos seis años en la cúspide del Poder Judicial, preparó una sentencia constitucional que prorrogó indefinidamente su mandato y el de otros “masistrados”.
Hurtado fue presidente del Tribunal Supremo de Justicia, pero en 2017 no se le ocurrió pronunciar algo similar a “nadie puede perpetuarse en el poder” cuando el TCP habilitó la reelección indefinida de Morales y García Linera. No lo hizo porque formaba parte de la instrumentalización de la justicia, utilizando procesos judiciales con fines políticos contra líderes opositores, dirigentes sociales y exautoridades, lo que reforzó la percepción ciudadana de que el Estado no actúa con neutralidad.
En 2024, Hurtado promovió y aprobó sentencias colectivas del TCP que, por ejemplo, impidieron que la Asamblea Legislativa interpelara a los ministros de Luis Arce y, más recientemente, asestaron un golpe definitivo a Evo Morales al determinar que ningún presidente o vicepresidente boliviano que haya ejercido dos períodos, continuos o discontinuos, puede postularse nuevamente.
El recorrido de Hurtado evidencia cómo el cinismo deriva en el reciclaje político. Durante el régimen de Morales, sometió al Tribunal Supremo de Justicia a los caprichos del caudillo. En el actual gobierno, ha permitido la manipulación de la justicia constitucional, convirtiéndola en un mecanismo para concretar planes prorroguistas mediante elecciones judiciales fragmentadas y el asedio al Órgano Electoral en el proceso eleccionario actual.
Estas prácticas están normalizando peligrosamente el cinismo político. Muchos políticos recurren a discursos populistas, apelan a valores que no practican o se presentan como liderazgos “antisistema” mientras reproducen las mismas prácticas que critican. En Bolivia, observamos impasibles cómo antiguos opositores se alían con los oficialismos de turno, cómo parlamentarios que llegaron al Legislativo por una organización política ahora son candidatos de otra, y cómo nuevos partidos reproducen las mismas prácticas clientelares, de nepotismo y corrupción. Esto refuerza la idea de que no hay alternativas reales, solo nuevos rostros con viejas mañas.
El cinismo político degrada la democracia, erosionando la confianza en las instituciones y perpetuando un ciclo de desencanto que amenaza el futuro del país.
Edwin Cacho Herrera Salinas es periodista y analista.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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