

A pocos días de las elecciones, el actual presidente Daniel Noboa y la candidata de izquierda Luisa González se disputan la Presidencia en un escenario de empate técnico. Según las últimas encuestas, apenas los separan unas décimas en intención de voto, lo que deja todo por decidirse en el tramo final de la campaña.
Ambos candidatos protagonizan una contienda atípica, con escasa exposición pública y estrategias centradas más en evitar errores que en sumar apoyos. Los equipos de campaña apuestan por el control total de los mensajes, conscientes de que un paso en falso podría resultar definitivo. El bajo carisma de ambos también ha influido en la cautela con la que se mueven.
El próximo presidente o presidenta asumirá el mando de un país sumido en una grave crisis de seguridad, con la tasa de homicidios más alta de Latinoamérica, y una situación económica crítica. La deuda estatal compromete incluso el pago de sueldos públicos, mientras que los apagones prolongados y recientes decisiones diplomáticas polémicas, como el asalto a la embajada de México, han debilitado la imagen del Gobierno de Noboa.
El mandatario, de 37 años e hijo de un magnate, llegó al poder en una elección extraordinaria y ganó popularidad inicial gracias a medidas enérgicas contra el crimen organizado. Sin embargo, su gestión ha sido golpeada por el repunte de la violencia, la crisis energética y acusaciones de favorecer a su entorno familiar con contratos públicos. Del otro lado, González representa a la Revolución Ciudadana, el movimiento del expresidente Rafael Correa, cuya figura sigue generando adhesiones y rechazos en partes iguales.
Los sondeos más recientes, como el de la consultora Icare, muestran una ligera ventaja de Noboa en ciudades clave como Guayaquil y Quito. Pero el margen es estrecho, y los indecisos podrían definir la elección: hasta un 9,5% afirma estar dispuesto a cambiar su voto, mientras un 27% se inclina por el voto nulo, una cifra significativa que ambos candidatos intentan revertir.
En este clima, el miedo se ha convertido en un arma política. Noboa advierte del regreso del correísmo, con sus amenazas de revancha, posibles indultos a condenados por corrupción y un giro económico radical. González, por su parte, critica el modelo actual por favorecer a las élites y promete recuperar la prosperidad perdida, apelando al legado de infraestructura y reducción de la pobreza durante el mandato de Correa.
González también busca ampliar su base acercándose a los sectores indígenas, fundamentales para sumar votos. Aunque ha firmado un acuerdo con parte del movimiento indígena, la división interna en la Conaie refleja las dificultades de lograr un respaldo sólido.
La campaña también se desarrolla en condiciones desiguales. Noboa continúa en funciones sin solicitar licencia, lo que ha despertado críticas desde el propio Consejo Nacional Electoral, que advierte sobre el uso de recursos públicos en beneficio de su candidatura.
Las elecciones podrían definirse por un puñado de votos, como ya ocurrió en la primera vuelta, en la que Noboa superó a González por apenas 16.746 sufragios. El resultado, incierto hasta el final, marcará el rumbo de un país que atraviesa uno de los momentos más complejos de su historia reciente.
Los ecuatorianos acudirán a las urnas con la esperanza de encontrar liderazgo y soluciones reales en medio del caos. Lo que está en juego no es solo quién ocupará el Palacio de Carondelet, sino la posibilidad de un cambio frente a una crisis profunda que exige respuestas urgentes.
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