
Veinte años de complicidad con las organizaciones narcotraficantes y de encubrimiento de la producción de drogas en territorio nacional han provocado que Bolivia se encuentre saturada de marihuana, cocaína —pasta base y clorhidrato—, alucinógenos y estupefacientes producidos no solo en las regiones tradicionalmente conocidas, sino también en zonas donde el Estado apenas tiene presencia.
Una de las primeras constataciones de las nuevas autoridades antidrogas es que el potencial de producción de estupefacientes en Bolivia se ha elevado de manera casi exponencial durante las últimas dos décadas. Estamos literalmente atiborrados de droga. Las implicancias de esta realidad son extremadamente peligrosas, tanto por la violencia inherente al narcotráfico como por la expansión acelerada del crimen organizado en el país.
Durante estos veinte años, quienes se dedican a la producción de narcóticos aprovecharon al máximo la permisividad del Estado. Hoy se constata que la hoja de coca ha adquirido nuevos rendimientos en el procesamiento ilícito; es decir, el uso de nuevas tecnologías y precursores ha permitido elaborar volúmenes mucho mayores de droga para su comercialización ilegal, dentro y fuera del país, con ganancias astronómicas, por supuesto.
Expertos en la lucha antidrogas explican que antes se requerían hasta 12 taques o sacos de hoja de coca chapareña para producir un kilo de pasta base de cocaína. En el caso de la hoja yungueña, siempre bastó una cantidad menor debido a su mayor concentración de alcaloide.
Hoy, gracias a la utilización de nuevos precursores y métodos de elaboración, los entendidos afirman que con apenas 6 taques de hoja del trópico de Cochabamba se obtiene un kilo de pasta base. Estas innovaciones han disparado la oferta y convertido a Bolivia en un centro de producción de narcóticos de crecimiento descontrolado.
En los próximos días, junto a la UNODC, el nuevo gobierno presentará datos oficiales que confirmarán esta dramática realidad: un aumento exponencial del potencial productivo de drogas y una erradicación raquítica de cultivos de coca. El zar antidrogas, Ernesto Justiniano, adelantó recientemente que, de las 10.000 hectáreas que el gobierno de Luis Arce se comprometió a erradicar este año, solo se eliminaron 2.700.
La hipótesis es sencilla: en dos décadas, las organizaciones narcotraficantes, en complicidad con productores de coca excedentaria, perfeccionaron las técnicas para multiplicar la capacidad de procesamiento y elaboración de estupefacientes. En otros países de la región, como México, ya han incursionado incluso en la fabricación de drogas sintéticas: todo vale con tal de expandir el negocio y multiplicar las ganancias.
Este nuevo potencial narcotraficante de Bolivia también explica la explosión de rutas, frecuencias y mecanismos de tráfico hacia países vecinos. En sectores del oriente ya no solo hay avionetas listas para el trasiego; ahora existen verdaderos narcocomplejos con pistas de aterrizaje, hangares, pilotos, caletas y grupos de sicarios que protegen operaciones controladas por carteles extranjeros afincados en el país.
Con la marihuana ocurre algo similar. La producción nacional ha crecido de forma desmesurada y la demanda en países vecinos como Brasil y Chile parece casi infinita, no solo para consumo interno, sino también para la reexportación del cannabis hacia otros continentes.
En el lenguaje antidrogas se ha puesto de moda la expresión “marihuana húmeda”: la hierba recién cosechada que se comercializa a precios elevados sin pasar por el secado tradicional, cultivada tanto al aire libre como en baterías de invernaderos. Uno de los puntos calientes es México Chico, en el norte de Potosí, cerca de Llallagua, donde convergen el tráfico de drogas, armas, vehículos robados, minerales, trata de personas, hidrocarburos y hasta órganos humanos.
Pronto, el nuevo potencial narcotraficante de Bolivia dejará de ser una de las herencias más espantosas de los gobiernos del MAS para convertirse en uno de los mayores desafíos que deberá enfrentar la nueva administración. Se requiere una estrategia integral, con apoyo internacional decidido, para librar esta batalla con posibilidades de éxito. La producción de drogas se ha disparado y constituye hoy el principal desafío de Bolivia en la lucha contra el narcotráfico.
Edwin Cacho Herrera Salinas es periodista y analista.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.



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