
Cuando un país decide dejar de «mirarse el ombligo» y se atreve a observar su entorno para contrastar su situación; cuando mira al mundo y constata que hay quienes progresan más rápido; cuando descubre que existen mejores formas de hacer las cosas y que la salida está en sus propias manos, ese país triunfará. Bolivia atraviesa un momento difícil y cabe esperar que la dura lección haya sido aprendida.
El déficit comercial que, desde 2024 hasta la fecha, ha significado la salida de 1.500 millones de dólares al exterior no es un accidente ni un misterio —como tampoco lo es el crónico desbalance en el comercio de servicios con el mundo—, sino la consecuencia de haber dado la espalda al comercio exterior durante dos décadas, de haber frenado sistemáticamente a quienes podían producir y vender más, y de haber sustituido competitivamente gran parte de lo que hoy importamos.
Durante demasiado tiempo, el tipo de cambio fijo fue un instrumento antiinflacionario que derivó en una dependencia creciente de las importaciones. Hoy esa factura nos resulta carísima. Apostar por el «boliviano fuerte» y un dólar artificialmente débil perjudicó al productor nacional y favoreció al contrabandista.
¿Quiénes son los países que brillan con luz propia? Aquellos que exportan más, crecen más y sufren menos, especialmente si su economía se basa en agregar valor a sus recursos naturales o, mejor aún, en exportar servicios. Cuando un país exporta, las familias disfrutan de empleos de calidad, ingresos estables y previsibilidad gracias a las empresas que arriesgan e invierten para conquistar mercados externos, mientras el Estado garantiza su accionar y recauda sin castigar. Lo contrario también es cierto: cuando un país no apuesta por exportar, se estanca.
Esa verdad —tan simple y poderosa— resulta hoy más evidente que nunca. El gas natural, recurso extractivo no renovable y sin valor agregado, se fue apagando y arrastró al país a un doloroso laberinto: falta de divisas, combustibles importados, inflación de dos dígitos, subida generalizada de costos, un dólar paralelo disparado y un clima de desconfianza que empuja a los capitales a huir.
Bolivia, que en 2013 y 2014 llegó a exportar gas por más de 6.000 millones de dólares anuales, en 2024 apenas superó los 1.600 millones y, hasta septiembre de 2025, no alcanza ni la mitad. Triste realidad. En paralelo, la importación de diésel y gasolina —cuyo gasto en 2005 no llegaba a 200 millones de dólares— creció abruptamente hasta rondar últimamente los 2.800 millones. Esta es la dolorosa ecuación que, por sí sola, explica buena parte de la crisis actual.
Pero, mientras el gas caía, otro sector —más diverso, más humano y ligado a la vida cotidiana— comenzó a dar señales de grandeza por sus propios medios, pese a todas las adversidades: hablo de las Exportaciones No Tradicionales (ENT).
Mientras el gas y los minerales se agotan y, al ser intensivos en capital, crean poco empleo, las ENT son sostenibles: nacen del agro, la ganadería, los bosques, la industria y los servicios; no solo generan divisas, sino también esperanza y dignidad.
¿Sabía usted que, si en 2024 Bolivia no hubiera exportado alimentos y bienes agroindustriales, el déficit comercial habría superado los 3.000 millones de dólares y la economía habría colapsado, con un dólar disparado hasta las nubes? Dios nos está dando la oportunidad de cambiar…
Lo más revelador es que hoy las ENT superan con creces a las exportaciones de gas. Eso no es casualidad: es la prueba irrefutable de que Bolivia tiene la capacidad de sustentar su economía con actividades productivas sostenibles, si se les permite despegar.
Hay algo profundamente importante en esta constatación: la solución existe y, con sus altas y bajas, funciona. No depender de un recurso que se agota bajo tierra, sino de la creatividad, el esfuerzo y el trabajo de cientos de miles de bolivianos —agricultores, ganaderos, madereros, forestales, industriales, transportistas y prestadores de servicios— que, pese a los bloqueos, la escasez de combustible, los costos en ascenso y el mal clima, apuntalaron la economía cuando el gas ya no pudo más.
Bolivia puede volver a crecer con estabilidad y crear empleos de calidad integrándose al mundo, pero para ello se requiere algo sencillo y profundo a la vez: simplemente «dejar hacer», con seguridad jurídica, acceso a la biotecnología, libre exportación y políticas públicas que faciliten en vez de estorbar.
Exportar más no es una consigna ni una «economía de rebalse», como alguien llegó a decir. Es una invitación a creer en lo que funciona, en lo que ofrece sustento seguro a las familias mediante actividades que generan vida, trabajo, dignidad y futuro.
¡Tanto sufrir durante veinte años para, al final, darnos cuenta de que la salida siempre estuvo en las manos de nuestros empresarios, en lo que saben, pueden y quieren hacer: producir lo que el mundo está dispuesto a comprar al país en cantidades siderales!
Si la solución son las Exportaciones No Tradicionales, ¿por qué no transitar decididamente este camino que no solo es posible y deseable, sino perfectamente alcanzable?
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.



Sé el primero en dejar un comentario