
A propósito de aquello de que “la Biblia retornó a Palacio” con el actual gobierno que tomó posesión el 8 de noviembre pasado, y de que igualmente volvieron las Sagradas Escrituras a la Asamblea Legislativa junto con el crucifijo cristiano —lo que ocasionó el reclamo de que, al ser Bolivia un Estado laico, no correspondía juramentar a las autoridades ante dichos símbolos—, cabe recordar que nadie dijo nada cuando, durante los últimos 20 años, se realizaron allí mismo toda clase de rituales paganos, sacrificios, ofrendas a ídolos, a difuntos, etc.
Concomitantemente con tales críticas, un hecho no menor ocurrió el 20 de noviembre en Bolivia: la desaparición del Ministerio de Justicia. Más allá de los sucesos que motivaron tal decisión, la versión oficial señaló que con ello se cumplía la promesa electoral del presidente Rodrigo Paz, apenas 12 días después de su posesión. Como era de esperarse, el anuncio generó opiniones a favor y en contra, igual que en el caso anterior.
Para entender la connotación de estos complejos temas, resulta útil reflexionar sobre el significado de tres conceptos: justicia, ministerio y el ser cristiano. Solo a partir de ahí podremos comprender el porqué del estado de cosas en el país y, en realidad, en el mundo entero.
¿Sabía usted que el origen de todos los males de la humanidad es el “amor al dinero”? No lo digo yo; lo dijo Jesucristo, añadiendo que, así como de una misma fuente no puede brotar agua dulce y salada, tampoco se puede servir a dos señores: no es posible amar a Dios y al mismo tiempo amar las riquezas, porque ambas cosas son incompatibles.
Ahora bien, respecto a los símbolos mencionados, las reiteradas invocaciones a Dios por parte de los políticos y el identificarse como cristianos siendo servidores públicos: ¿Sabía usted que “Primer Mandatario” no significa ser un “mandamás”, sino que, como primer ciudadano y máxima autoridad del país, está llamado a dar el mejor ejemplo y a servir a toda la ciudadanía? La Constitución Política del Estado establece claramente que quien desempeña funciones públicas está para promover el bienestar de la sociedad, no el propio.
De ahí que cada servidor público —presidente, vicepresidente, ministros, viceministros, directores, asesores y hasta el último funcionario de la aparatosa y burocrática administración del Estado, incluidos quienes imparten justicia— esté obligado a servir a la sociedad y no a servirse del Estado para sus propios fines y apetitos, como tristemente suele ocurrir.
Veamos ahora qué significa “justicia”. Según la Real Academia Española, la justicia consiste en la aplicación del principio moral que lleva a vivir y actuar con honestidad, rectitud, imparcialidad, neutralidad, ecuanimidad, objetividad, honradez, probidad, razón y equidad. ¿Cree usted que la justicia boliviana aplica estos principios?
Por otra parte, en cuanto al término “ministerio”, quizá le sorprenda saber que etimológicamente proviene del latín minister, que significa “criado” o “servidor”, derivado a su vez de minus (menor) y minor (inferior), refiriéndose originalmente a una persona subordinada. Por tanto, el título actual de “ministro” dista mucho del sentido original de servidor público.
Y algo más: ¿sabe usted por qué hay en Bolivia —y en casi todos los países, algunos más que otros— tanta incertidumbre, engaño, maldad y corrupción? La respuesta está en el ser humano mismo: en “su” justicia, muy lejana de la divina; en el egoísmo que sepulta el altruismo; en la hipocresía de llenarse la boca diciendo “Dios te bendiga” sin actuar como verdadero cristiano.
Pero… ¿qué significa ser cristiano en realidad? En el sentido estricto, no es solo declararse seguidor de Jesucristo, sino que, por fe, la persona se arrepiente de su maldad, ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí misma, obedece su Palabra, practica la justicia, perdona, sirve con humildad y refleja el carácter de Jesús. ¿Cuántas personas que se dicen cristianas sirven, ministran justicia y gobiernan como Dios manda? Pocas, ¿verdad? El problema está en el corazón.
La Biblia afirma que nada hay más engañoso y perverso que el corazón humano en su estado natural, inclinado al mal. Y los servidores públicos —incluidos los administradores de justicia— no son la excepción. Por eso se burlan las leyes y fracasan las instituciones, aunque una de ellas se llame “Ministerio de Justicia”.
De nada sirve que la Biblia o el crucifijo estén en Palacio o en la Asamblea Legislativa si la Palabra de Dios no está en el corazón y la mente de los servidores públicos y de la ciudadanía. Sin eso, todo queda en un acto simbólico vacío.
Sin embargo, el temor de Dios y ser guiado por su Espíritu Santo sí puede transformar la vida de las personas para bien. Se dice que George Washington sentenció: “Es imposible gobernar con justicia sin Dios y sin la Biblia”. ¡Cuánta razón tenía! Solo un corazón entregado a Él resiste los deleites del poder, el dinero y la instrumentalización de la justicia, que tanto daño causan.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.



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