
Más de una vez se le escuchó decir: «Muerto el perro, se acabó la rabia», para explicar que, una vez identificada la causa, terminaba el problema. Era un verdadero líder, siempre frontal con sus ideas; por eso su célebre frase: «Si no van a dar todo lo que tienen, levántense y váyanse», porque estaba dispuesto a trabajar solo con quienes sudaran la camiseta.
Filosófico como era, repetía que «estamos prestados y por poco tiempo». De ahí su pasión por la excelencia y, sobre todo, su mayor legado: su ejemplo. Hablo de Xabier Azkargorta, el entrenador de fútbol que hizo vibrar a Bolivia llevándola —en 1994, contra viento y marea y a pesar de los propios bolivianos— al Mundial de Estados Unidos, la primera y única vez por mérito propio.
Si hay una frase suya que muchas veces parafraseo para motivar a la gente es esta: «No excusas», lo primero que escribió en la pizarra cuando asumió la Selección Nacional. Su filosofía de vida se traducía en pasión, determinación, sacrificio y autoestima: creer en uno mismo más allá de las dudas y las dificultades. Para él, los pretextos no valían; había que creer y trabajar duro para vencer.
Millones de bolivianos que sonrieron gracias a él hace más de treinta años lloran hoy su partida, el 14 de noviembre de 2025. Millones creyeron en ese hombre sencillo que llegó a Bolivia «con el corazón y el balón», como él mismo decía. Médico cirujano, jugador profesional en España y, finalmente, entrenador, decidió apostar por un país que ni siquiera creía en sí mismo.
En su trabajo utilizó mucho la psicología, convencido de que el fracaso futbolístico boliviano no era solo técnico o físico, sino fundamentalmente de autoestima. Por eso siempre hablaba primero al hombre y después al jugador, con firmeza y con cariño, para encender una llama que solía estar apagada. Su arenga «si no van a dar todo lo que tienen, levántense y váyanse» no era una amenaza, sino un desafío: a no engañarse, a no hacer las cosas a medias, a sacar lo mejor de cada uno y a superar la mediocridad tanto en el campo de juego como en la vida.
A partir de ahí, Bolivia escribió otra historia. El país volvió a creer en sí mismo. La clasificación al Mundial de 1994 nos devolvió un orgullo casi olvidado y una energía que fundió a todos en una sola voz, una sola inspiración, un solo aliento. El nombre de Bolivia resonó internacionalmente; el boliviano caminaba erguido, orgulloso de su Selección. Descubrimos que podíamos ser equipo.
En aquellos días se olvidaron las diferencias entre ciudad y campo, entre oriente, altiplano y valles; entre colla, camba y chapaco; entre rico y pobre, ignorante e ilustrado. ¡Hasta los políticos parecían reconciliados! Bajo la tricolor —rojo, amarillo y verde— retumbaba el estadio cuando decenas de miles de almas coreaban: «¡Bo, bo, bo… li, li, li… via, via, via…! ¡Viva Bolivia!»
Entonces fuimos una sola bandera, un solo propósito, una sola visión y una sola voz que logró lo que aún parece un milagro, porque después de más de treinta años no se ha repetido.
Azkargorta creía firmemente que cada persona lleva dentro un mundo interior capaz de cambiar la historia de un equipo o de un país si se despierta. Reflexionaba mucho sobre la psicología del jugador y la fragilidad humana; sobre cómo —tanto en la vida como en el fútbol— nunca se juega exactamente como se planea. Por eso el secreto para llegar al Mundial fue infundir autoestima: un hombre con la estima por los suelos está destinado a ser derrotado.
Y ahora un paralelismo inevitable con nuestro país: el fútbol puede unir y puede dividir, exactamente igual que la política. Puede hermanar o enfrentar, despertar lo mejor o hacer surgir lo peor de la gente. Bolivia parece atrapada, una y otra vez, en un vaivén que nos desgasta y nos convierte en un país perdedor.
Aquí nace la pregunta obligada: si el fútbol pudo unirnos una vez, ¿por qué la política solo logra separarnos? Ambos despiertan pasiones, mueven multitudes y pueden construir o destruir. La diferencia no está en el juego, sino en el espíritu con que se juega.
En este tiempo de crisis me pregunto: ¿qué pasaría si el gran equipo llamado Bolivia decidiera actuar, de verdad y al unísono, para clasificar a un futuro de progreso? ¿Qué ocurriría si el sacrificio empezara por el primer mandatario, seguido del vicepresidente y de cada uno de sus colaboradores, como ocurrió con aquel cuerpo técnico que dio todo de sí? ¿Si dejáramos de lado el rencor, el cálculo y el miedo para abrazar una visión compartida, un esfuerzo conjunto y una determinación auténtica hacia el éxito?
Sin duda volveríamos a sentir la emoción que en 1994 nos hizo gritar que Bolivia sí podía.
Actuando como un solo equipo, creyendo que una Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana es posible, ¡la haremos posible! Para eso, escribamos hoy en nuestro corazón la frase con la que Azkargorta inició su camino a la victoria con nuestra Selección:
«No excusas».
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.



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