Vicepresidencia, la pega golpista de la democracia boliviana

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¿Habrá otro país en el mundo donde los vicepresidentes resulten tan peligrosos para la primera autoridad del país como en Bolivia? Basta recordar los últimos 80 años de historia para confirmar esta particularidad de la política nacional. De hecho, siete de los 14 vicepresidentes que tuvo el país en estas ocho décadas llegaron a ser presidentes, cinco de ellos cumpliendo la sucesión. A ello habría que sumar que, de los 14, diez se enemistaron con el primer mandatario y llegaron a niveles conspirativos, incluso altamente violentos.

Extraño cargo el de los vicepresidentes bolivianos. A primera repasada, no se halla algo parecido ni en el entorno sudamericano ni más allá, salvo una muy pálida similitud en Perú y Ecuador. Lo cierto es que, desde Mamerto Urriolagoitia (1947-1949) hasta David Choquehuanca (2020-2025), parecieron más un incordio obligatorio que un colaborador estratégico para los presidentes.

Urriolagoitia, por ejemplo, se ganó la venia de las fuerzas conservadoras en 1949, profesando que él tenía agallas para reprimir a los revoltosos nacionalistas. El presidente Enrique Hertzog buscaba evitar la espiral de violencia y había intentado calmar la crisis por otras vías y con seis cambios de gabinete. No pudo con las presiones internas y externas, y renunció alegando problemas de salud. El célebre “mamertazo” inauguró el crónico problema vicepresidenciable en Bolivia. Sus “agallas” simplemente condujeron al país a una guerra civil y luego, golpe militar de por medio, a la Revolución Nacional de 1952.

La mayoría de los siguientes 13 vicepresidentes ha escrito una virtual antología de la inestabilidad política. Tener un político en un banco de suplentes hizo frecuentemente que este se pusiera a calentar o alguien le invitara a hacerlo. Algo históricamente no ha cuajado en ese cargo y los distanciamientos y enemistades entre el primer y segundo hombre del país casi nunca tardaron en llegar.

En los gobiernos de la Revolución Nacional, Hernán Siles y Víctor Paz (1952-1956), con el tiempo, se volvieron irreconciliables. Peor aún, cuando Paz rompió esquemas y decidió ir por su primera reelección en 1960, buscó llevarse como “vice” al líder sindical Juan Lechín Oquendo. Elegido el binomio, las diferencias se desataron en cuestión de días. Lechín no podía ni acercarse a Palacio. Acuñó entonces la frase: “La Vicepresidencia es la quinta rueda del carro”.

Se alejaron tanto que, tres años más tarde, Lechín desató otra gran fractura del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR): fundó el Partido Revolucionario de la Izquierda Nacional (PRIN). Paz, al verse distanciado del sector obrero alineado con su exvice, optó por acercarse al reconstituido poder militar. Y para su segunda reelección, en 1964, optó por elegir como vicepresidente al general René Barrientos Ortuño. La maldición boliviana de la “vice” cayó sobre Paz apenas tres meses más tarde. Barrientos le dio un golpe de Estado.

Barrientos, todo un osado y valentón caudillo, gobernó con mano de hierro el país y decidió constitucionalizarse en el cargo en 1966. Como la ley preveía un vicepresidente, optó por aceptar en ese cargo a prácticamente su antítesis: Luis Adolfo Siles Salinas, un intelectual del Partido Social Demócrata (PSD), de amable carácter y finos modales. Pero transcurrían tiempos muy agitados y polarizados, propios de la radicalización de posiciones que impuso en el mundo la Guerra Fría. No por nada, René Barrientos tuvo que enfrentar a la guerrilla del Che Guevara.

Sin embargo, el destino hizo que otra vez se cumpliese la implícita “ley del vice”. El 27 de abril de 1969, Barrientos murió en lo que probablemente nunca se sabrá si fue un accidente de helicóptero o algo menos fortuito. Siles Salinas fue derrocado por otro golpe militar apenas cinco meses más tarde. Acuñó otra recordada frase que marca la extraña condición vicepresidencial: “Solo llegué al poder, solo me voy”.

Tras la era de las dictaduras militares, el siguiente vicepresidente que tuvo Bolivia fue Jaime Paz Zamora, del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR). Juró a la “vice” el 10 de octubre de 1982. Las diferencias con el presidente Hernán Siles Zuazo empezaron el mismo día de la posesión. Se contaba entonces que se desató una virulenta elección del gabinete, donde los dirigentes del MIR desataban agudas rencillas. Y poco antes del momento del discurso presidencial, alguien desordenó el texto que iba a leer Siles. Sin embargo, aquel bochornoso primer mensaje de la era democrática fue apenas el principio.
Meses más tarde, en medio de una crisis galopante, el MIR se retiró del Gobierno. El vicepresidente era un opositor al presidente. La crisis económica y social se agravó a extremos delirantes con la célebre hiperinflación. El 30 de junio de 1984, un coronel de Policía, Germán Linares, y un teniente de Ejército, Celso Campos Pinto, lideraron un comando que secuestró al presidente Siles. El plagio fue neutralizado en cuestión de horas. Linares, Pinto y otros implicados salieron del país. Siles volvió al cargo para liderar el último año de su gobierno.

Fue uno de los picos de la crisis. Probablemente, acusando ese golpe más, a cinco meses de los sucesos, Hernán Siles anunció que resignaba un año de su mandato. Lo curioso es que, entre 1989 y 1993, cuando Paz Zamora ejerció la Presidencia, los policías y militares que secuestraron a Siles ejercieron importantes cargos. Es más, el excanciller y exdirigente del MIR, Antonio Araníbar, ha acusado a Paz Zamora de haber estado implicado en el secuestro.

En los siguientes lustros, la Vicepresidencia boliviana no dejó de ser un espacio de conflictividad con perfumes de conspiración reales o imaginarios. Los esfuerzos de Julio Garret Ayllón (1985-1989) o Luis Ossio Sanjinés (1989-1993) por darle funcionalidad e institucionalidad, al parecer, no fueron demasiado efectivos. Inicialmente, la tecnocracia de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997) armó una sutil isla étnico-cultural para Víctor Hugo Cárdenas mientras privatizaba las empresas estratégicas del país.

Luego, el vicepresidente Jorge Tuto Quiroga (1997-2002) entró en progresivo conflicto con el entorno del presidente Hugo Banzer cuando Acción Democrática Nacionalista (ADN) llegó al poder. Mientras ambos ejercieron sus cargos, hasta le fue negado el ingreso a Palacio por órdenes de la familia Banzer. Es más, hasta hubo un sonado escándalo que incluyó una bofetada de la hija del presidente al “vice”. Cuando la crisis de salud forzó a Banzer a dejar el poder en 2001, Tuto Quiroga inició su propio proyecto, lejos de ADN. Tan lejos que, una vez que dejó la Presidencia, creó su propio partido y entró en dura guerra contra los adenistas.

El siguiente vice repitió la historia. Invitado con ruegos y regalos a que aceptara la candidatura, Carlos Mesa (2002-2003) siempre estuvo desalineado de Gonzalo Sánchez de Lozada y su MNR empresarial. Tras la insurrección popular de octubre de 2003, el retiro de su respaldo a Sánchez y la traumática sucesión presidencial, los emeneristas le juraron odio eterno. La maldición de la vice boliviana se cumplió una vez más.

Hay quienes aseguran que el penúltimo binomio “presi-vice” resultó el más armónico de la historia. Evo Morales Ayma y Álvaro García Linera (2006-2019) se constituyeron en los mandatarios que más tiempo ejercieron esos cargos en la historia boliviana. Sin embargo, hay también voces que describen la extraña cooptación del poder, que había sido alcanzado por los movimientos sociales y organizaciones de izquierda, a cuenta de un grupo de operadores políticos encabezados, precisamente, por el vicepresidente.

En el abierto debate histórico, la maldición de la “vice” boliviana se hace presente una vez más. Describe cómo los allegados a García Linera tomaron el control estratégico del poder en cuestión de seis meses. Los fundadores del MAS fueron desplazados por los denominados “advenedizos”. El vicepresidente, en esta versión, lidera la más efectiva de las conjuras y encierra al presidente en una desequilibrante burbuja de poder regulable y espacios de permisivo placer. La regla, además, parece cumplirse con el hecho de que hoy Evo Morales no puede ni ver a García Linera. Este, por su parte, jugó sus últimas cartas apoyando a uno de sus noveles rivales del “jefazo”.

En cuanto al actual vicepresidente David Choquehuanca, ya la historia, pacientemente, quizás con el reloj girando al revés, contará detalles. Sin embargo, queda presente lo declarado hace más o menos seis meses por el diputado masista Héctor Arce: “Una fuente de confianza ha contado que el vicepresidente David Choquehuanca pidió al presidente Luis Arce que adelante elecciones. Le dijo: ‘Nos iremos con dignidad, saldremos por la puerta y no por la ventana’”.

Pero queda ya en marcha un capítulo más. La maldición de la “vice” boliviana parece haber abierto su etapa de las precocidades. Precocidades mayores incluso a la atribuida a García Linera. Para ello sobra revisar las declaraciones del vicepresidenciable Edman Lara y también las de su rival, Juan Pablo Velazco. Incluso, todo el juego preelectoral que marcó a casi todas las candidaturas. A ver cuándo el país se toma el debido tiempo y modos para revisar ese extraño cargo incrustado en la yugular del esquema democrático e impregnado de tanta carga subversiva.


Rafael Sagarnaga López es periodista

La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.

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