

Qué maravilloso habría sido celebrar las Fiestas Patrias de 2025 con un espíritu diferente: un país unido, con una visión compartida de progreso, entonando el himno nacional con una sola voz y un solo corazón, gozando de un futuro prometedor. Qué emocionante habría sido conmemorar este hito sin divisiones, rebosantes de alegría y con fe en un porvenir cada vez mejor.
Sin embargo, la realidad nos confronta. Bolivia no ha alcanzado el ideal que, tras 200 años de historia, pudo haber logrado: un país próspero, en paz, libre de corrupción, con estabilidad, crecimiento sostenido y una economía productiva que, a través de la actividad empresarial —en producción, comercio y servicios—, genere empleos dignos y mejore la calidad de vida de sus ciudadanos.
Duele constatar que el tiempo ha pasado y el país sigue dividido. Muchos bolivianos han olvidado abrazarse, otros han migrado en busca de un mejor destino, y el canto de esperanza se ha transformado en llanto. Esta situación nos invita a reflexionar: el futuro de Bolivia depende únicamente de nosotros.
El 6 de agosto de 2025 marca el Bicentenario de la fundación de la República de Bolivia, un hito que conmemora 200 años de una historia agitada, llena de logros, pero también de sueños frustrados y lecciones que aún no terminamos de aprender. A lo largo de estas dos centurias, numerosos gobernantes han intentado, con buenas intenciones, sacar al país de su postración económica. Sin embargo, la falta de una visión coherente de largo plazo y de políticas de Estado que trasciendan intereses partidistas o ideologías ha impedido un progreso sostenido. Las estrategias de desarrollo, en su mayoría, se han centrado en la explotación de los abundantes recursos naturales del país, sin lograr un cambio estructural que priorice el bienestar de la población.
Depender de la explotación de recursos no renovables, como el oro, la plata, el estaño o, más recientemente, los hidrocarburos, ha llevado a Bolivia por un camino inestable. Este modelo extractivista, sujeto a los vaivenes de los precios internacionales, genera ciclos de auge y crisis que no han permitido mejoras sustanciales en educación, salud ni acceso a empleos dignos. En lugar de transformar la vida de las personas, ha perpetuado economías de enclave, inestabilidad política y desigualdad social.
El Bicentenario de 2025 encuentra a Bolivia en una situación delicada que exige una reflexión profunda sobre su pasado y los desafíos del futuro. Esta fecha no debería limitarse a celebraciones simbólicas; debe ser un punto de inflexión para repensar el país y construir un desarrollo sostenible centrado en el ser humano. La pobreza, la inestabilidad, la alta informalidad, la precariedad laboral, el acceso limitado a educación y salud de calidad, la inseguridad jurídica y la desunión entre bolivianos son problemas que demandan soluciones urgentes.
Es hora de superar las barreras ideológicas, evitando tanto la idealización del Estado como la demonización del mercado. Ambos tienen roles complementarios que deben articularse con inteligencia. La historia, tanto ancestral como reciente, nos obliga a evaluar qué se hizo bien, qué se dejó de hacer y qué se hizo mal. Solo reconociendo aciertos y errores podremos construir la Bolivia con la que soñamos: un país digno, productivo, exportador y soberano, donde las generaciones futuras encuentren oportunidades para prosperar.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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