

Expertos en diversas ramas relacionadas con la salud integral coinciden en cuatro factores clave para una vida orientada hacia una longevidad dinámica: ejercicio físico, descanso adecuado, capacidad para gestionar el estrés y alimentación saludable.
Los primeros tres factores requieren la adaptación y organización del entorno en que vivimos, así como de nuestros hábitos personales. En este contexto, Bolivia cuenta con condiciones privilegiadas: aire puro, sol (esencial para la síntesis de vitamina D y el fortalecimiento del sistema inmunológico) y amplios espacios naturales. Estas ventajas se extienden incluso a las zonas altas, donde muchos han encontrado su pequeño oasis. Basta pensar en el entorno del lago Titicaca, el salar de Uyuni o el parque nacional Sajama, donde se organizan terapias naturistas tan singulares como reconstituyentes.
Los valles y las zonas preamazónicas constituyen escenarios idílicos para liberar tensiones. No en vano, lugares como Samaipata, los Yungas, el apacible valle tarijeño o las provincias cochabambinas y chuquisaqueñas gozan de fama internacional. En las zonas tropicales, además de destinos conocidos como el Madidi, Roboré o el Pantanal, existen cientos de sitios calificados como “mágicos” que apenas comienzan a descubrirse.
Si se fortalecieran las condiciones de hospitalidad, como la infraestructura física y la empatía personal, Bolivia contaría con una abundante oferta de escenarios para una vida saludable, tanto en variedad como en cantidad. Esto, en el mejor de los casos, podría consolidarse como una propuesta turística atractiva, tanto para el mercado interno como para el internacional. En el peor de los casos, sería un refugio para que las personas agobiadas por la vida moderna encuentren días de revitalización, con aire limpio, agua pura, áreas para caminar, trotar, escalar, andar en bicicleta, nadar y condiciones para un descanso reparador y una alimentación sana. A esto se suman atractivos culturales y artísticos que enriquecen la experiencia.
Ejemplos cercanos, como el desarrollo turístico de la provincia argentina de Salta o el estado brasileño de Mato Grosso, con un 85,4 % de emprendimientos ecoturísticos, demuestran el potencial. En ambos casos, estas iniciativas dinamizaron la economía, fortalecieron la seguridad y se convirtieron en referentes nacionales, atrayendo flujos de visitantes e inmigrantes. Salta comparte similitudes con el sur boliviano, mientras que Mato Grosso tiene zonas afines e incluso compartidas con provincias de Beni y Santa Cruz.
El cuarto factor: la alimentación saludable
El factor de la alimentación saludable merece un capítulo aparte. El potencial de Bolivia para producir alimentos orgánicos es reconocido desde hace décadas en foros, tesis, proyectos y propuestas políticas. Su ubicación geográfica, diversidad climática y consecuente biodiversidad le otorgan una ventaja excepcional. No en vano, algunas de sus regiones figuran entre las de mayor variedad de fauna y flora a nivel mundial o continental.
Este potencial es tan grande que incluso ha dado lugar a casos curiosos, como el del inversor australiano Bruce Hill, quien hace dos décadas llegó al municipio de Porongo, estudió el achachairú y, en 2009, logró establecer plantaciones significativas de esta fruta cruceña en Queensland, Australia, para luego exportarla con éxito a países árabes y europeos. Historias similares abundan.
Pese a este potencial, la producción orgánica en Bolivia parece crecer por inercia, sin un apoyo estatal significativo. Según Datax Bolivia, en 2022, el sector exportó productos por un valor de 794 millones de dólares. Aunque en 2023 y 2024 esta cifra cayó a menos de 600 millones, sigue siendo un pilar relevante en la economía nacional. Cacao, quinua, café, castaña, chía, sésamo, miel, coco, hierbas medicinales y aromáticas, frutas tropicales y bananas, producidas bajo estrictos estándares de calidad, destacan por su alto valor nutricional y medicinal. La mayor parte de estos productos se destina a mercados europeos.
Un potencial mundial
Si el consumo interno de alimentos como la cañahua, el tarwi, el majo, la quirusilla y tantos otros fuera promovido, muchas historias personales cambiarían. El tan mencionado “motor interno de la economía” podría hacerse realidad, mejorando la calidad de vida. Además, se abriría un gran mercado externo, dado que el mercado global de productos orgánicos es altamente atractivo. Según la revista *Fortune Business*, en 2024, este mercado alcanzó un valor de 194.790 millones de dólares, con proyecciones de crecimiento a una tasa anual compuesta del 11 % entre 2025 y 2034, llegando a unos 553.090 millones de dólares. Algunas estimaciones son aún más optimistas.
Sin embargo, no se percibe un cambio de visión en los precandidatos presidenciales. En los últimos 25 años, los gobiernos bolivianos han apoyado sectores que van en contra de la vida saludable: contaminación desmedida, incendios récord, producción de alimentos transgénicos (cada vez más cuestionados globalmente) y una urbanización caótica son tolerados e incluso fomentados. Las tensiones sociales, las protestas desmedidas y los bloqueos, ajenos a cualquier sentido de convivencia, se han convertido en formas habituales de hacer política, a menudo alimentadas por intereses corporativos.
¿Alguna esperanza?
Concepciones miopes del desarrollo dominan parte del espectro político. No sorprende, considerando que algunos sectores tienen socios con antecedentes ecocidas en el agronegocio o la minería. En el otro extremo, discursos hipócritas que se enarbolan en foros internacionales se diluyen en el uso de mercurio o glifosato al regresar al país. No existe un esfuerzo educativo mínimo para que la sociedad abandone dietas cada vez más tóxicas y recupere los nutrientes de generaciones pasadas, ni mucho menos para promover hábitos de vida saludable, el cuidado de la naturaleza o la preservación de los recursos.
¿Dónde están aquellos que proclamaban su amor por el cielo y la tierra frente a una estatua del Cristo? ¿Qué pasó con el discurso del “vivir bien” o los “derechos de la Madre Tierra”? Al no encontrar respuestas, es difícil imaginar un futuro de vida saludable para los bolivianos, mucho menos uno que pueda compartirse o exportarse. Y esto, a pesar de que, como siempre se ha dicho, Bolivia tiene todo lo necesario para alcanzarlo.
Una voz memoriosa recuerda que, en uno de los gabinetes del presidente Evo Morales, hubo un ministro conocido por su incursión en la producción orgánica y la promoción de la vida saludable. De raíces izquierdistas (trotskistas) y con una audaz visión empresarial, intentó llevar su experiencia al ámbito de las grandes decisiones. Sin embargo, enfrentó la oposición del entonces ministro de Economía. Desafortunadamente, el empresario sufrió problemas cardiovasculares, dejó el gabinete y falleció poco después. Su antagonista mantuvo su postura durante más de una década. Y así nos va.
¿No es un contrasentido colosal que, teniendo todo para contribuir a la vida saludable, Bolivia se haya resignado a su antítesis? A pesar de todo, aún hay tiempo y recursos para corregir el rumbo. Quién sabe si la crisis actual pueda convertirse en una oportunidad para el cambio.
Rafael Sagarnaga López es periodista
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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