

“Muchos periodistas están acostumbrados a robar y vivir del dinero del pueblo”. Este es uno de los tantos mensajes que aparecen en una publicación periodística de la cuenta de Facebook del diario El Potosí. Quien lo escribió se identifica solo como “Quis Julio” y su perfil, sin fotografías personales, está restringido.
Podría calificarlo como un vulgar anónimo, uno de los millones de escorpiones que pululan en las redes sociales, clavando sus aguijones y destilando veneno. Sin embargo, el problema es que hay más mensajes similares. Algunos, más extensos y escritos en mayúsculas, demuestran claramente que sus autores están gritando. Esto ocurrió el 10 de mayo, en una publicación que reportaba el homenaje de la Federación de la Prensa de Potosí a periodistas vivos y fallecidos, con motivo del Día del Periodista Boliviano. Y, aun así, esa gente nos atacaba.
Apenas una semana antes, en Quillacollo, la periodista Ángela Mamani fue brutalmente golpeada, a punta de patadas, junto a su camarógrafo, mientras cubrían el conflicto por la basura en Cochabamba. En el mismo contexto, otra periodista también fue agredida; pero, para mayor agravante, no solo la golpearon entre varios: también la manosearon de forma grosera, al extremo de provocar su desmayo.
Lamentablemente, estos no son hechos aislados, sino que se han convertido en una preocupante tendencia. La lista de periodistas agredidos crece, y los ataques suelen estar impregnados de un profundo odio.
¿Por qué nos odian? Tal vez algunos de nosotros no estamos haciendo bien nuestro trabajo, pero eso no justifica la violencia física. Cada día, decenas de abogados pierden casos y muchos médicos no logran salvar a sus pacientes, pero no hay ataques colectivos contra ellos. Los seres humanos cometemos errores; es una verdad evidente. Sin embargo, a los periodistas se nos exige perfección: debemos escribir impecablemente, aunque nuestros detractores muestren una ortografía deplorable. Según nuestros críticos, no debemos limitarnos a cubrir eventos en las plazas, sino investigar. ¿Saben ellos que el periodismo de investigación tiene un costo elevado?
Que el lector de un periódico exija contenido de calidad es totalmente legítimo, pues al menos ha pagado el precio, aunque reducido, del ejemplar que tiene en sus manos. Pero ¿qué derecho tienen aquellos que consumen información gratuita en internet a exigir noticias de alta calidad? Esto ya no es una cuestión de demanda de calidad, sino de puro odio.
Desde 2006, cuando Evo Morales desató la más eficaz y sostenida campaña de desprestigio contra el periodismo, la animadversión hacia los periodistas ha crecido. Ahora, los resentidos nos ven como si fuéramos nosotros los escorpiones. Como estudioso de la historia del periodismo, puedo afirmar que nadie ha causado tanto daño a la prensa boliviana como Evo Morales. El odio que se destila en las redes sociales contra los periodistas fue incubado por él, con el propósito de evitar críticas e investigaciones. Hoy se recogen los frutos de esa estrategia: el periodismo ha sido tan golpeado que ya no puede costear investigaciones de fondo.
Un reportaje reciente reveló que muchos licenciados en Ciencias de la Comunicación, que antes destacaban en periódicos y canales de televisión, han abandonado la profesión para dedicarse a otras actividades. En algunos casos, no fue por cuestiones económicas, sino por el miedo que genera el odio de quienes atacan a los periodistas, incluso en su propio día.
Juan José Toro Montoya es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
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