

El deterioro progresivo de la economía boliviana está transformando el panorama del turismo. Viajar al exterior se ha vuelto cada vez más difícil y costoso para los bolivianos, un contraste con el auge de las últimas décadas. Sin embargo, la devaluación del boliviano está atrayendo a más visitantes extranjeros. Hace apenas unos años, eran los bolivianos quienes cruzaban en masa hacia Argentina; hoy, la tendencia se ha invertido.
Esta dinámica impulsa una creciente inclinación por explorar los diversos atractivos de los departamentos bolivianos, tanto desde dentro como fuera del país. No obstante, la experiencia de estos turistas puede consolidar esta tendencia o frenarla. Un nuevo nicho de mercado comienza a tomar forma, y algunos ya le prestan atención.
Bolivia, por su ubicación privilegiada en el corazón de Sudamérica, posee una biodiversidad extraordinaria, un recurso natural renovable que merece ser exhibido y protegido. Sin embargo, persiste un misterio: el autosabotaje generalizado a la “industria sin chimeneas”. Este problema involucra a todos los sectores de la sociedad boliviana, pero especialmente a los empresarios y políticos, cuyos errores frenan el desarrollo del ecoturismo.
El potencial ecoturístico del país crece cada año, pero sigue siendo solo eso: potencial. En La Paz, por ejemplo, los teleféricos ofrecen a los visitantes una vista panorámica de una ciudad que parece tocar el cielo, estratégicamente ubicada entre valles, la Amazonía, los nevados andinos, el lago Titicaca, el salar de Uyuni y el océano Pacífico. En un rango de tres a nueve horas por tierra, los viajeros pueden experimentar cambios radicales de paisajes, desde los más espectaculares hasta los más diversos.
La Paz ofrece experiencias únicas en el mundo. Un ejemplo es el descenso desde las faldas del Huayna Potosí, a 6.090 metros sobre el nivel del mar, hasta Zongo, a solo 800 metros. Este recorrido, que transita de las nieves perpetuas al trópico, es una aventura inolvidable que atraviesa múltiples ecosistemas. Sin embargo, sigue siendo una experiencia que los aventureros emprenden bajo su propio riesgo.
En los límites con el Beni, entre San Buenaventura y Rurrenabaque, se encuentra el parque Madidi, considerado por varias organizaciones internacionales como el más biodiverso del planeta. Este lugar, donde comienza la Amazonía, es un imán para los ecoturistas. Más allá, el Beni y Pando esconden tesoros naturales que merecen muchos más visitantes, aunque las denuncias sobre su deterioro por actividades depredadoras son cada vez más frecuentes.
En las tierras bajas de Santa Cruz, el bosque de Tucabaca, cerca de Roboré, destaca por su singularidad, pero sufre los embates de la deforestación y los incendios de 2020 y 2024. El parque Amboró, por su parte, alberga más especies de aves que todo Costa Rica, un país que ha hecho del avistamiento de aves una de sus principales fuentes de ingresos. Santa Cruz también cuenta con el pantanal, el parque Noel Kempff Mercado y el bosque seco chiquitano, todos de renombre internacional.
Sin embargo, los turistas que visitan estas zonas lo hacen casi a ciegas, enfrentando obstáculos como la falta de infraestructura, bloqueos, escasez de combustible o incendios estacionales. Estos problemas también afectan a regiones como el parque Sajama en Oruro, con sus tierras volcánicas y nevados, o el salar de Uyuni en Potosí, un paisaje de otro mundo que ha atraído incluso a productores de Hollywood y astronautas.
En Chuquisaca, el bosque renacido de Aritumayu y las cabeceras chaqueñas son joyas por descubrir. En Tarija, más allá de su valle florido, áreas como Tariquía atraen a pescadores deportivos, aunque las exploraciones petroleras amenazan su conservación. El Chaco, a orillas del Pilcomayo y al pie del Aguaragüe, también guarda riquezas que fascinan a biólogos y visitantes.
Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿existe una iniciativa seria para preservar esta riqueza ecoturística y generar divisas en un contexto económico y preelectoral tan complejo? Ejemplos como Bonito en Brasil, Salta en Argentina o el modelo peruano demuestran los beneficios de apostar por el ecoturismo. En cambio, Bolivia parece atrapada en prácticas antiturísticas. Los municipios “turísticos” suelen recibir a visitantes con incomodidades, desde el trato en aeropuertos y terminales hasta la ausencia de condiciones básicas. Peor aún, en muchos de estos sitios operan actividades depredadoras que benefician solo a unos pocos: empresarios inescrupulosos, narcotraficantes y políticos corruptos.
Es urgente que alguien con visión y autoridad apueste por revertir esta tendencia y promueva una Bolivia ecoturística. El potencial está ahí, esperando ser transformado en una fuente de orgullo y prosperidad para el país. Ojalá ese cambio llegue más temprano que tarde.
Rafael Sagarnaga López es periodista
La opinión expresada en este artículo es de exclusiva responsabilidad del autor y no representa una posición oficial de Enfoque News.
Sé el primero en dejar un comentario