

Las tareas de rescate tras el devastador terremoto del 28 de marzo en Myanmar comenzaron a reducirse este lunes, mientras el país contabiliza más de 3.500 víctimas fatales y se enfoca ahora en labores de alivio y recuperación.
El sismo, de magnitud 7,7, afectó gravemente a seis regiones del país, dejando comunidades enteras sin electricidad ni comunicaciones y con una infraestructura colapsada. La segunda ciudad más grande, Mandalay, y la capital, Naipyidó, son de las zonas más golpeadas. En esta última, los habitantes trabajan entre lluvias para recuperar materiales útiles de los escombros, mientras equipos militares retiran restos en monasterios dañados.
El Departamento de Bomberos informó que este lunes se recuperaron diez cuerpos más en un edificio colapsado de Mandalay. Sin embargo, la mayoría de los equipos de rescate internacionales ya abandonaron el país, al considerar cumplida su misión de búsqueda de sobrevivientes.
A las dificultades del desastre natural se suman fuertes lluvias y vientos, que desde el fin de semana complican las tareas humanitarias y agravan la situación de miles de desplazados que duermen al aire libre. El pronóstico anticipa más lluvias y tormentas eléctricas en los próximos días.
La emergencia ocurre en medio de una compleja crisis política y armada. A pesar de que tanto la junta militar como los principales grupos insurgentes declararon alto al fuego temporal para facilitar la ayuda humanitaria, los enfrentamientos no han cesado por completo. Acusaciones mutuas de violaciones al cese del fuego empañan los esfuerzos de cooperación.
El Ejército ha sido señalado por mantener bombardeos aéreos en zonas bajo control guerrillero. Entre las denuncias más graves, el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang aseguró que se utilizaron bombas de gas tóxico contra aldeas en el estado de Shan. Mientras tanto, el Ejército Arakan reportó ataques diarios en el estado de Rakhine y otras regiones del oeste.
La situación humanitaria es crítica y el acceso de periodistas a las zonas afectadas está severamente restringido, lo que dificulta la verificación independiente de los hechos. Con los rescates concluyendo, Myanmar enfrenta ahora el reto de atender a miles de damnificados en medio de una guerra civil que no da tregua.
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