

Desde muy joven, Diego Rojas Castro supo que su destino estaba ligado a la tecnología. Todo comenzó con una calculadora Casio, regalo de sus padres, que aunque sencilla, tenía funciones que despertaron en él una curiosidad imparable por automatizar ecuaciones y cálculos. Lo que para otros era una simple herramienta de estudio, para él fue la chispa que encendió una pasión de por vida: la Ingeniería de Sistemas.
Rojas estudió en la Universidad Católica Boliviana, especializándose en desarrollo de software, el área que más lo apasionaba. “Así como en Medicina, se tienen muchas subespecialidades, pero a mí me gustaba crear, programar, dar vida a las ideas”, dice. A lo largo de los años complementó su formación con una Maestría en Seguridad de la Información y varios diplomados, entre ellos uno que marcaría un giro en su vida profesional: Derecho Informático.
Gracias a ese conocimiento, incursionó en el mundo de la Informática Forense. Como actividad adicional a su etapa como Ingeniero de Software en VIVA, entre 2008 y 2016, se convirtió en un experto al que Fiscales y Policías recurrían para analizar celulares, pendrives y computadoras sin contaminar las evidencias. Su rigor metodológico lo llevó a colaborar en casos de alto riesgo, incluso uno en el que dos mujeres que lo contactaron fueron asesinadas por un sicario y él mismo fue amenazado de muerte varias veces. “Fue una época muy dura, pero decidí seguir adelante por respeto a su memoria”, recuerda con firmeza.
Sin embargo, tras varios años de tensión constante, decidió enfocarse de lleno en su primer amor: el Desarrollo de Software. Uno de los momentos que recuerda con beneplácito fue un viaje de trabajo a Estados Unidos en enero de 2020 como parte de un equipo de Truextend en el que pudo conectar y conocer en persona a colegas de varias partes del mundo. Además de la experiencia profesional, le impactó el cambio que se registraba en el mundo ante la noticia de un nuevo virus, el Covid-19. “Los extranjeros, sobre todo asiáticos, llegaban al aeropuerto usando barbijos y eso era llamativo y hasta pintoresco, entonces”, recuerda.
Pero su perfil profesional solo es una parte de su historia. La otra —más inesperada, pero igual de apasionada— es su devoción por la historia, en especial la de la Guerra del Chaco.
Todo comenzó con el libro Repete de Jesús Lara, un pariente lejano suyo. Las páginas de ese texto despertaron una profunda curiosidad sobre el rol de su bisabuelo, Félix Escalante, en la contienda. Ya como adulto, la película El código enigma le dio la idea perfecta: investigar el uso de criptografía durante la Guerra del Chaco, la primera guerra moderna de Sudamérica.
Movido por su afán investigador, Rojas utilizó sus vacaciones para sumergirse en los archivos militares en La Paz. Por semanas descifró códigos que habían sido considerados garabatos sin sentido por décadas. “Mi meta fue descubrir qué técnicas se usaron para cifrar los mensajes y cómo estas evolucionaron a lo largo del conflicto”, explica. Su tesis de maestría, pionera en su campo, reveló secretos olvidados y resaltó que, mientras Paraguay contaba con criptógrafos entrenados en Argentina para descifrar las comunicaciones bolivianas, Bolivia apenas comenzaba a desarrollar esta capacidad.
Su trabajo no pasó desapercibido. Fue invitado a Paraguay para compartir sus hallazgos en Asunción y recorrer fortines icónicos de la guerra. Fue en Nanawa donde recibió la Medalla por la Paz del Chaco otorgada por el Congreso paraguayo de manos del entonces senador Arnoldo Wiens. Más tarde, en Bolivia, recibió la distinción “Guerrilleros de la Independencia – Emblema Dorado” por la Secretaría General Permanente del Consejo Supremo de Defensa siendo además expositor en la Feria del Libro de 2016.
Pero su sed de conocimiento no se detiene. Además de seguir indagando sobre el conflicto chaqueño, hace diez años explora su genealogía familiar, rastreando la historia de sus antepasados hasta el primer Rojas que llegó al hoy territorio boliviano desde España. “Investigar es mi pasión. Me gusta rebuscar, conectar piezas, entender de dónde venimos”, afirma.
Rojas Castro también ejerció como docente de pregrado y posgrado en la Universidad Católica Boliviana (UCB) durante ocho años y en la Escuela Militar de Ingeniería (EMI) y la Universidad Simón I Patiño (USIP). Fue columnista del periódico Los Tiempos de Cochabamba echando rienda suelta a otra de sus pasiones, escribir.
Está casado con Sissy Mejía Chávez con quien tiene dos hijos, Leonardo quien tiene cuatro años y Renata de un año y meses.
Diego Rojas Castro es prueba viva de que la tecnología y la historia no son mundos separados. En sus manos, el código y el pasado se entrelazan para revelar verdades ocultas. Es ingeniero, investigador, genealogista y, sobre todo, un hombre que ha hecho del conocimiento su trinchera más firme.
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