AP.- Era poco antes del amanecer cuando los asháninka, vestidos con túnicas largas, empezaron a cantar canciones tradicionales mientras tocaban tambores y otros instrumentos. La música se extendió por la aldea Apiwtxa, que había recibido a invitados de comunidades indígenas de Brasil y de la vecina Perú, algunos de los cuales habían viajado durante tres días para llegar. Al salir el sol, se trasladaron a la sombra de un enorme árbol de mango.
El baile, que duraría hasta la mañana siguiente, marcó el final de la celebración anual que reconoce al territorio asháninka a lo largo del sinuoso río Amônia en el oeste de la Amazonía. Las festividades de varios días y que duran casi todo el día, incluyeron el ritual de beber ayahuasca, la bebida psicodélica sagrada, torneos de tiro con arco, escalada a enormes palmeras de acai y pintura facial con pigmento rojo.
Lo que alguna vez fue una reunión para conmemorar a los asháninkas se ha convertido en una muestra de lo que han logrado: la autosuficiencia de la aldea —que proviene del cultivo de cosechas y la protección de su bosque —es ahora el modelo de un ambicioso proyecto para ayudar a 12 territorios indígenas en la Amazonía occidental, que suman 640.000 hectáreas (1,6 millones de acres)— aproximadamente el tamaño del estado de Delaware, en Estados Unidos, o la mitad del archipiélago de las islas Malvinas.
En noviembre, la Organización de los Pueblos Indígenas del Río Jurua, conocida por el acrónimo en portugués OPIRJ, obtuvo 6,8 millones de dólares en apoyo del Fondo Amazonía, la iniciativa más grande del mundo para combatir la deforestación de la selva tropical. Con Apiwtxa como modelo, la subvención está orientada a mejorar la gestión de las tierras indígenas con énfasis en la producción de alimentos, el fortalecimiento cultural y la vigilancia forestal.
“Estamos expandiendo todo lo que hicimos en Apiwxta a una región entera”, dijo Francisco Piyãko, líder asháninka y de la OPIRJ, frente a su casa en Apiwtxa.
“No se trata solo de implementar un proyecto. Lo que está en juego es un cambio cultural. Esto es esencial para proteger la vida, el territorio y sus pueblos”.