El sonido seco de un disparo quebró la tranquilidad de Apolo, en el norte de La Paz, poco después de las 20:30 de un jueves que quedará marcado en la memoria de sus habitantes. Cuatro hombres armados irrumpieron en un pequeño comercio, perpetrando un violento asalto que no solo dejó a una víctima mortal, sino que desató una furiosa reacción colectiva.
El propietario del local, Aníbal León, no tuvo tiempo de defenderse. Uno de los asaltantes, sin titubeos, disparó a quemarropa. La bala fue mortal. Mientras los delincuentes huían en motocicletas por las polvorientas calles del pueblo, el comerciante agonizaba, desangrándose ante la impotente mirada de sus vecinos. Aunque fue trasladado de inmediato al hospital regional, los informes preliminares confirmaron lo inevitable: Aníbal falleció en el trayecto.
No era la primera vez que el temor se apoderaba de la región. Días antes, en el municipio vecino de Mapiri, otro atraco dejó heridos y una sensación de inseguridad creciente. Los criminales, tras escapar por el monte, lograron evadir a la justicia, provocando la frustración de los comunarios. Y aquella noche en Apolo, el hartazgo hizo ebullición.
Minutos después del asalto, la furia se tornó acción. Un grupo de pobladores, guiados por la rabia y el dolor, interceptó a dos hombres en el camino a la comunidad de Santa Catalina. Según los testigos, los sospechosos no tardaron en confesar el crimen. Poco después, otros dos implicados fueron capturados. La multitud enardecida no mostró piedad.
Los cuatro hombres, atados y golpeados, fueron arrastrados por las calles del pueblo. La Policía, desbordada por la situación, apenas logró contener el creciente caos. “¡No los golpeen!”, clamaba una parte de la población, intentando frenar la violencia. Sin embargo, la indignación colectiva parecía incontrolable.
A medida que la noche avanzaba, surgió la inquietante sugerencia de aplicar un castigo ancestral: llevar a los detenidos al cepo, una práctica en la que las extremidades de los acusados se inmovilizan con troncos de madera. La propuesta resonó en la plaza principal, mientras la tensión en Apolo seguía aumentando.
Al cierre de la jornada, el pueblo se encontraba dividido entre quienes clamaban justicia y quienes pedían frenar la violencia. La llegada de la Policía era inminente, pero el destino de los acusados aún pendía de un hilo, como un reflejo de la delgada línea entre la justicia y la venganza que esa noche se desdibujó en Apolo.