Infobae.- Mr T fue una súper estrella durante los años 80. Rocky III y Brigada A lo consagraron como un ídolo de los niños de todo el mundo. El peinado estrafalario, los músculos y las cadenas de oro lo caracterizaban
Antes de convertirse en una celebridad durante la primera mitad de los ochentas, tuvo varios trabajos donde tenía que utilizar su enorme fuerza. Cómo lo descubrió Sylvester Stallone y que rol tuvo en Rocky III. Las peleas dentro del elenco de Brigada A, la serie que hizo furor y que terminó sin pena ni gloria
Fue una súper estrella en los años ochenta. Una participación estelar en una saga cinematográfica entrañable, la actuación (por llamarlo de alguna manera) en una serie que se convirtió en un boom, cientos de publicidades, una imagen llamativa y la atención de millones de niños alrededor del mundo. El imperio de Mr. T parecía estar destinado a perdurar. Pero fue fugaz. Los papeles importantes se espaciaron y él fue alejándose de los primeros planos. Sin embargo, su figura es imposible de olvidar para una generación. Su vida, como la de tantos otros en Hollywood, se divide en tres claras etapas: la de la búsqueda de notoriedad, el suceso –que el protagonista cree que será eterno- y la lenta caída y el alejamiento progresivo de los lugares centrales de la industria. Un actor que sólo es consumo nostálgico.
Laurence Turead nació en Chicago el 21 de mayo de 1952. Fue el menor de 12 hermanos. Su padre, ministro protestante, abandonó a su familia cuando él tenía 5 años. Su madre se encargó de sacarlos adelante pese a las necesidades que pasaron. Él siempre mostró devoción hacia ella.
A los 18 años se cambió el nombre. Se puso Mr. T. Esa excentricidad, según él, tenía una explicación racial: “A mi padre, a mis tíos, a cualquier hombre negro adulto le dicen Boy (chico, pibe). A la edad en que ya podía ir a la guerra, tomar alcohol o votar no quería que a mí también me dijeran así. Por eso me puse Mr (señor). Así era lo primero que tenían que decir cuando me nombraran”. Lo cierto es que logró llamar la atención.
Stallone lo eligió para que fuera Clubber Lang en Rocky III. Fue su primer (y último) gran papel cinematográfico
Era muy deportista. Alguna vez soñó con convertirse en jugador profesional de fútbol americano. Hasta logró ingresar en los Green Bay Packers pero una lesión de rodilla terminó con sus ilusiones. Decidió aprovechar su físico. Trabajó durante años de guardia de seguridad en locales nocturnos. Era el que echaba a los que hacían desmanes, el que no dejaba pasar al que se quería colar. Principios de la década del setenta: no eran tiempos en que primara la amabilidad ni se impusiera el derecho de los clientes.
Los matones (eso es lo que era Mr. T) podían usar de su fuerza. Lanzaban por el aire a los molestos, los sacaban a empujones y hasta le pegaban alguna trompada. El trabajo de noche le dio otra ocupación, algo más glamorosa. Guardaespaldas de famosos. Era el que impedía que el público y los fans exaltados se acercaran a las estrellas.
Se dedicó, por un tiempo, a un rubro particular como los boxeadores. Protegió los traslados de Muhammad Ali, Leon Spinks y John Tate, entre otros. También, ocasionalmente, trabajó para Michael Jackson, Steve McQueen y Diana Ross. Pero en su autobiografía –publicada en 1985 en el momento de mayor popularidad y repleta de mentiras y exageraciones- él enumera: “Fui el guardaespaldas mejor pago del país. Trabajé para 8 banqueros, 19 actores y actrices, 17 personajes del mundo del espectáculo, 8 azafatas, 42 millonarios, 5 predicadores, 3 políticas, 4 comerciantes, 8 amas de casa, 7 diseñadores, 7 jueces, 6 deportistas…” y la lista sigue varias líneas más.
En ese libro tiene también un raro rapto de humildad cuando narra un incendio en el que se vio involucrado. El fuego alcanzó su ingle. “Me salvé por muy poco; si mi miembro hubiera sido más grande, mi vida sexual no habría existido”, confesó.
Se puede afirmar que la culpa del acceso a la fama de Mr. T, no tuvo nada que ver con su cercanía con esos personajes. El responsable fue Joe Frazier, el ex campeón mundial de boxeo. Stallone quería que a su rival en la película lo interpretara un boxeador de verdad (ya había intentado en la primera de la saga con Ken Norton en el papel de Apollo Creed pero éste no aceptó la oferta). Buscaba un realismo que sólo lo podía aportar alguien que hubiera vivido y sufrido en el ring.
A Stallone se le ocurrió invitarlo a Frazier a hacer guantes para ir conociéndose, para ver cómo se movían juntos. “Fue una idea estúpida. Fue como entrar a la jaula de los leones embadurnado de salsa. Mi idea era moverme y evitar los golpes. El plan me funcionó sólo dos segundos -contó Stallone hace unos años-. Un gancho al cuerpo y después un directo a mi ceja. Seis puntos de sutura. El mundo comenzó a darme vueltas. Me pareció que ya era suficiente y di por terminado el día de trabajo”. Luego de esta experiencia, Sly buscó otro actor para Clubber Lang.
Si a Sylvester Stallone se le ocurrió Rocky mientras veía por circuito cerrado de TV la pelea entre Muhammad Ali y Chuck Wepner, unos años después ya millonario tirado en el sillón de su amplio living encontró a la contrafigura de la tercera entrega de la saga. Era un papel importante. Clubber Lang debía verse poderoso, tanto como el campeón del mundo de los pesados, como alguien capaz de derrotar a Rocky Balboa. Debía ser fuerte, llamativo y arrogante. Descartado Frazier, mientras Stallone hacía un casting mental, vio por la tele un concurso llamado American Toughest Bouncer. Allí matones, guardaespaldas y patovicas hacían pruebas extravagantes para mostrar su fuerza. Levantaban toneles, atravesaban puertas de madera (desde un principio supo que debía alimentar la leyenda: decía que de adolescente iba a edificios abandonados y derribaba puertas, de ahí su habilidad) y competían para ver quien lanzaba más lejos a un hombre de una altura y peso promedio. Para determinar al campeón, los dos finalistas se enfrentaban a los golpes en un ring de box. Mr. T ganó dos años consecutivos la competición. Mientras festejaba y analizaba cómo seguir su carrera, llegó el llamado de Stallone para que actuara en Rocky III.
Brigada A fue un enorme suceso en todo el mundo en la primera mitad de los 80. Ninguno de los cuatro actores protagónicos obtuvo después papeles relevantes
Durante el rodaje, la relación con Carl Weathers, el actor que representaba a Apollo Creed, fue muy conflictiva. Peleaban por ser la contrafigura de Rocky.
Al preestreno de la película, Mr. T concurrió acompañado por su madre. Del brazo de ella recorrió la alfombra roja. Era un reconocimiento a su lucha por criar doce hijos casi sola. Pero la velada no terminó de la mejor manera. Durante la escena en que Clubber Lang maltrata a Adrian, la esposa de Rocky Balboa interpretada por Talia Shire, en medio del silencio de la sala se escuchó la voz destemplada de la madre del grandote novel actor: “¡No te eduqué para que le hablaras de esa manera a una mujer!”. Y enojada la señora abandonó la sala.
Rocky III hizo muy popular a Mr T. Su imagen estrambótica, el gesto hosco, el corte de pelo Mohawk. En las entrevistas contó el origen de su nombre y que el peinado lo tomó de la tribu Mandinka de África tras hojear en 1977 una National Geographic. Aunque, tal vez, la inspiración pueden haber sido los mohicanos con el pelo a los costados y la cresta en el medio.
De inmediato, aprovechando la popularidad ganada, lo convocaron para una nueva serie de televisión: Brigada A. El programa encabezado por George Peppard se convirtió en un enorme y sorpresivo éxito. Mario Baracus, su personaje, se convirtió en el favorito de los chicos. Poderoso, poco amable, impulsivo y con terror a volar. Baracus fue uno de los motivos del éxito de Brigada A. Era el chofer del grupo y su fobia era la oportunidad de buenos gags cada vez que la Brigada debía subirse a un avión.
Los cuatro comandos, como explicaba la introducción, eran injustos prófugos pero intentaban hacer el bien, recomponer la justicia en el mundo. Sus métodos eran singulares. Vietnam sobrevolaba como una sombra su historia. Las misiones en la serie se renovaban capítulo a capítulo pero siempre se parecían a sí mismas.
Una revelación impactante, casi una desilusión: su personaje en Brigada A no se llamaba Mario. El nombre original era B.A. (iniciales de Bad Attitude, mala actitud) Baracus -en un capítulo se dice que nombre de pila es Bosco-. Mr. T se convirtió en el imán infantil. Tuvo su serie de dibujos animados, merchandising, discos, publicidades y hasta película. Se vendieron millones de muñecos de Mario Baracus. Entre 1983 y 1984 fue un boom. Luego se apagó.
Mr T. estuvo en el plan de los productores de la serie en todo momento No había plan B. El concepto original del programa era descripto como “una mezcla de Doce del patíbulo, Los 7 magníficos, Misión Imposible, una serie policial y Mr. T”. También tenía algo de Bullit por las persecuciones automovilísticas.
George Peppard, el que a priori iba a ser el actor principal, el de más trayectoria en Hollywood y líder de la Brigada, se molestó con el súbito impacto de su compañero de elenco. Peppard tenía un largo historial de conflictos. De hecho si su carrera no había sido más rutilante se debía a su mal genio. El choque con Mr. T no se hizo esperar.
El veterano actor no podía entender cómo el otro, con sus limitados talentos, tuviera más fama que él. Todo empeoró cuando se enteró que además cobraba bastante más que él. No se dirigían la palabra. Los compañeros oficiaban de mediadores o de meros correveidiles. Peppard sólo se refería a Mr. T como “el señor con las cadenas de oro colgando”.
Sobre las innumerables cadenas de oro que colgaban de su cuello y los anillos que adornaban sus dedos, Mr. T creó, también, una leyenda. Contó que eran de sus épocas de matón, que las había obtenido como trofeos de guerra en los frecuentes enfrentamientos que tenía diariamente en ese tiempo. Las dejó de usar varias décadas después, tras el desastre del Huracán Katrina porque ante tanta destrucción, dijo, le parecía que la ostentación era insultante para los que estaban sufriendo.
Aunque a decir verdad ninguno parecía fácil de llevar en ese elenco. Mr. T estuvo a punto de ser despedido al principio de la cuarta temporada porque abandonó el rodaje en un crucero porque en su camarote (de lujo) se había roto el aire acondicionado y porque encontró seis personas del equipo de filmación comiendo en el lugar que él había reservado para el almuerzo. Contrató un helicóptero (el actor no temía volar como Baracus) que lo sacó de alta mar. La ofensa se le pasó cuando los abogados del canal de televisión le explicaron las graves consecuencias económicas que sobrevendrían sobre él de no retornar al set.
Las primeras tres temporadas, Brigada A dominó el rating. Pero en la cuarta su influjo se desvaneció, la fórmula se agotó. La quinta cayó debajo del puesto 50 entre los más vistos.
Durante esos años de la década del ochenta, parecía que permanecería en la cima todo el tiempo que él quisiera. Pero como tantos otros actores quedó atrapado en su éxito televisivo. Ninguno de los cuatro miembros de la Brigada consiguieron que su carrera fuera hacia otro lado al finalizar la serie.
Mr. T tenía como contrapeso su imagen. Sus papeles estaban acotados no sólo por su escasa ductilidad histriónica. Los músculos, el gesto enojado, las cadenas, el peinado.